Entradas

Mostrando entradas de 2006

El orgullo de la pistola

El orgullo de la pistola a las alturas de la frente. El orgullo de la pistola el sudor en el vértice del cañón. El orgullo de la pistola los dientes temblando. Y las súplicas. El orgullo de la pistola mientras en la calle canciones de amor. El orgullo de la pistola el trabajo de las balas. No hay sangre sin esclavos.

14 de octubre, Esther

(viene de 400palabras ) Ella me miraba desde la camilla, me miraba con aquellos ojos azules que quizá me hubieran hecho desear ser lesbiana si no hubiera sido porque me miraba desde la camilla y gritaba promete que no me harán daño, por favor promete que no me harán daño, me cogía de la mano y me miraba y miraba al techo un momento con aquellos abiertos, abiertos ojos azules que sin embargo no hicieron que el médico se fijase dos veces en ella antes de introducir la hipodérmica en algún punto indeterminado entre su estómago y sus piernas, algún punto, no sé dónde exactamente, porque yo no miré la aguja entrando y una pequeña gota de sangre saliendo, porque yo no era capaz de despegarme de sus ojos, y no podía parar de decir, Nikki, tranquila, Nikki, todo saldrá bien, como si fuera mi responsabilidad y como si ella estuviera segura de que era Nikki, qué nombre tan extraño, y como si fuera yo misma quien la hubiera llevado hasta allí, vestida, como estaba, de enfermera, de verde nuclear,...

Yogur

Sigo sin poder dormir. Me despierto en medio de la noche, y en casa sólo escucho el ruido del frigorífico, un ronroneo continuado que cuida de mis yogures. Me pregunto si la conservación de la especie será algo similar, si en este preciso instante alguien se estará levantando y comprobando que su pequeño planeta nos mantiene a una temperatura estable, ni mucho frío ni excesivo calor, excepto en los polos, ni muchas guerras ni excesiva paz, por lo menos per capita. Y no me refiero a Dios, me refiero a cualquiera como tú y como yo. Cualquiera que un día después de un atracón se cansa de yogures para siempre.

Las válvulas del tornado

para las chicas con peligro... Habías adquirido la costumbre de vender tu corazón todos los fines de semana. Y no es que a mí me molestase, porque siempre parecías recuperarlo todos los lunes. O te hacías uno nuevo con los restos de la lluvia, que para eso están llenos los amigos de alcantarillas que te recogen las aguas personales. El caso es que era inevitable ver venir el jueves por la noche y asomarse a tu habitación, y encontrarla preñada de libros de carnicería, chairas y trocitos rojos esparcidos por el suelo, contigo en medio decidiendo qué lote iba esa noche en el menú. Me mirabas de reojo, pasa, ayúdame a decidir entre la mitral y la tricúspide, cómo puedo colocar los ventrículos para que resulten más apetecibles. Luego te preparabas antes de salir: un poco de sonrisa junto al lacrimal, unas pestañas perfectas, unos puntos de maquillaje en las uñas para cuando llegase el momento de echar la mano al pecho. Que llegaba, claro, siempre había una mirada descarada escalándote el ...